Paloma cogía todas las mañanas el mismo tren para ir al trabajo, al igual que Carlos, el chico que siempre se sentaba frente a ella. Paloma, a sus 25 años, tenía una larga melena cobriza que siempre lucía con una perfecta manicura roja. Cada vez que se sentaba en su sitio en el vagón notaba la mirada penetrante de Carlos primero sobre sus ojos y luego sobre su pelo, gesto que la hacía sentir bastante acalorada. Carlos le sacaba unos años, rozaba la cuarentena y las canas se apoderaban de su pelo; sin embargo seguía luciendo un look atractivo con una mirada tan penetrante con la que podía desnudar a cualquier mujer que mirase. Cada vez que veía a Paloma sentía una gran vibración en su interior, su cabello cobrizo provocaba en él una excitación tal que no podía evitar sentarse con las piernas cruzadas para que ella no notase lo evidente.

Cada mañana se repetía la misma historia. Paloma notaba la intensa mirada de Carlos que provocaba en ella tal agitación sexual que buscaba con sus gestos el excitarle, el sentir cómo su respiración iba siendo cada vez más rápida al verlo. Cuando él estaba cerca, ondaba su pelo al vienta, se acariciaba mechón a mechón mientras le regalaba miradas lascivas que alimentaban más y más el ardor que Carlos sentía en su pantalón. Ella notaba como su miembro se hacía más y más grande. Sus intentos por evitar que se notase eran en vano, pues Paloma era consciente de cómo él intentaba acariciarse discretamente, aumentando aún más la fogosidad que ella sentía ante esa situación. Todas las mañanas, excitación tras excitación.

Fue esa la mañana de la rendición. Una nota, una dirección: La Suite BCN. Ambos se encontraron, desnudos, sin besarse. Paloma acarició su pelo mientras con la otra mano acariciaba sus ardientes pechos. Carlos llevó su mano a su erecto pene, mientras ella seguía meneando su cabellera al mismo tiempo que acariciaba cada rincón de su dorado cuerpo. Carlos fue acercando posición, Paloma se dio la vuelta, dejando caer su melena sobre su espalda desnuda. Carlos acarició su cobrizo pelo, llevándoselo a su casa, oliéndolo, besándolo, pasándoselo por todos los rincones de su piel. Su erección iba a más, su excitación era tal que, sin soltar su pelo, sólo pudo penetrarla árduamente, escuchando los fuertes gemidos de Paloma por sentirse tan sometida y tan agitada. Él no podía contener más su excitación, el olor de su pelo provocaba en él tanto placer que arrancó su gemido final y se dejó caer sobre su melena, oliéndola mientras su pene daba la traca final.

Estás en Badoo Entrar